Eduardo Padilla, Vancouver 1976
Poemas
Un ave cae
Un ave cae.
No él ave, o la
ésta es sencilla,
anónima desde el huevo.
Acaso se desploma, se sumerge, se hace bomba,
pero concordamos en que un descenso
se está dando.
El reverso de esta carta sería preguntarle al gusano por el ave
que viene a incomodarlo:
“El ave asciende” dirá,
piadoso.
Si yo digo que un ave cae
lo digo sencillo
sin mayor aspiración
que realizar un ligero asentimiento.
Cuando la muerte toque a mi puerta
la recibiré con tan ligero asentimiento
que la haré sentir que realizó el viaje en balde.
Es de mala educación, cortar a la mitad la broma de tu vecino.
Adelantarse al desenlace de un circuito ya oído.
Lo correcto es fingir sorpresa.
Si yo digo que un ave cae es porque aspiro a lo incorrecto.
Ni el objeto ni la acción son aquí nada (algo) más allá de si mismos.
Un ave cae, cierto, pero esta ave en particular no nos invita
a proyectar arcadas a diestra y siniestra.
La palabra infinito no será proferida en este vestíbulo,
sin importar cuanto lustre le saque Jaime a nuestro reloj de bolsillo.
Desean tirar del arco.
Desean tirar del arco y que la flecha silbe y que la cuerda cante.
Desean que estos sonidos recorran las arcadas, levantando polvo, despertando ecos.
Desean que el mutismo de una arcada hundida en sombras sea verdaderamente
inescrutable.
Todo esto para una mayor resonancia. Ustedes desean amplificación y resonancia.
De acuerdo,
se entiende.
Pero dudo del potencial de esta ave; éste es un pájaro
que se resiste a caer de una forma que no sea llana y simple.
Si lo que buscan es pasear el bigotillo simétrico
a lo largo ancho y profundo de un caracol que se expande o se encoge,
lean a los clásicos.
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Poema tomado de: Períodico de Poesía
Auto-retrato con escuadra
Siendo la vida una vela impertinente,
izada en la impermanencia del eje vertical
— y —
siendo la muerte una vela intermitente,
arrojando su luz negativa sobre la permanencia incontinente del eje horizontal:
tomaré mi escuadra y tocaré el arpa en silencio,
como quien finge decir algo urgente detrás de un cristal blindado,
bien sabiendo de antemano
que no hay sordomudos en el área.
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Poema tomado de: Las elecciones afectivas